Más que a las fronteras de la geografía política, "La hora del lobo" quiere referirse a las fronteras mentales, emocionales e irracionales: el umbral, el paso del sueño a la vigilia, el tránsito de la lucidez a la locura, o a un momento que se dilata entre la madrugada y el amanecer, cuando nacen la mayoría de los niños y mueren casi todos los moribundos.
miércoles, 23 de mayo de 2012
El revés de la trama
Ser es ser visto en la televisión.
—Pierre Bourdieu
Es tan perversa la manipulación televisiva que la decisión (ellos le llamarían "estrategia", ahora todo es "estrategia") de tansmitir las manifestaciones contra Televisa en el fondo sólo tiene el propósito de trivializarlas y también, al prolongar las tomas y dar en media hora una nota que podría cubrirse en diez minutos, la idea es que el público se impaciente y aburra. Así, es posible esperar que el espectador se harte y empiece a sentir cierta animadversión respecto a la movilización estudiantil.
Aparte, la televisora se adorna y aparenta que a optado por una apertura. Lo que se intuye, sin embrago, es que tanto Televisa como su candidato Peña Nieto están tan seguros de su triunfo que ya se pueden dar el lujo de permitir culquier cosa, incluso la discrepancia, la crítica, la mentada de madre. Ya están en el poder. En los próximos seis años Televisa será la Reina. La creación misma de Foro en el canal 4 esta en ese plan de poner a Peña Niueta en Los Pinos. Es el canal "intelectual" del consorcio. Televisa no necesita murallas ni muros. Los locutores son sus murallas. Tiene todo un ejército de locutores en todo el país que desde hace cinco años están favoreciendo a Peña Nieto para que asuma la presidencia.
Antes los guías espeirituales de la nación eran intelectuales cmo Daniel Cosó Villegas, Octavio Paz, José Revueltas, Carlos Fuentes. Ahora su lugar lo han ocupado los locutores de televisión, pues es una mayoría inocente e inculta la que tiene un nivel de escolaridad de tercer grado y es la que sigue los progremas de chismes de las estrellas como el de Paty Chapoy o un señor que se apellido Orejuel. Son más numerosos, esos espectadores, que los participantes en las redes sociales.
Los panistas están resignados a que ya perdieron. Por eso no es de extrañar una especie de pacto tácito que ya hay entre Calderón y Peña Nieto. Se defienden mutuamente cada vez que pueden. No es impensable que Calderón necesite de esa complicidad y de esa protección que podría conferirle el próximo gobierno de México.
Es posible que con esta alianza entre Televisa y el PRI México entre en una de sus etapas más negras. Es una nueva generación de priístas, un grupo de 50 señoritongos a quienes únicamente interesa enriquecerse a través del poder. Es una operación contra la democracia. Es un abuso de poder. Y es de temerse que los jóvenes no puedan pararla. Han empezado a actuar demasiado tarde, cuando Peña Nieto ya estaba en tercera base y en uno de los últimos inings.
No es una desgracia. Es una tragedia. Sobre todo en estos momentos de descomposición política irredimible.
Si el hampa prospera en Méxco es sobre todo por los amplios márgenes de miseria en que vive la mayor parte de la población. Ahi donde hay hambre y falta de empleo y de techo y de educación y de medicina, se enquista la estructura del narco. Mientras por otro lado es una hipocresía la "lucha" contra el lavado de dinero.
Todo mundo está metido en el ajo.
La hora del lobo
Johan:
Los
viejos la llaman hora del lobo.
Es
la hora en que muere la mayoría de las
personas
y nace la mayoría de los niños. Es
el
momento en que tenemos las pesadillas.
Y
si estamos despiertos...
Alma:
...sentimos miedo.
-La hora del lobo, Ingmar Bergman, 1967
martes, 22 de mayo de 2012
La democracia mediática
El ojo que ves no es ojo
porque tú lo veas;
es ojo porque TV.
—Antonio Machado
Una de las cosas
nuevas que sí hay bajo el sol en nuestro tiempo es la intrusión de los medios
audiovisuales, televisión y radio, en la democracia electoral, que ya no es
como lo era en la Atenas de Demócrito. Ahora la actividad comunicativa se
encuentra entre las más manipulables y es un cuchillo de dos filos: puede
servir para pervertir la democracia y echarla a perder o para conducir a la
humanidad a una de las fases más sublimes de su historia: a una democracia
plena y madura, sana y constructiva.
Dicen los
especialistas que la televisión ha transformado la política. “Más que el
Parlamento, la televisión es el gran foro público donde se debate lo que a
todos atañe y donde se libran las batallas por el poder”, se sostiene en la Democracia
mediática (Ed. Ariel, Barcelona, 1999) que armaron Alejandro Muñoz-Alonso y
Juan Ignacio Rospoir, profesores de opinión pública en la Universidad
Complutense de Madrid. Se trata de una recopilación de siete artículos sobre
campañas electorales en Gran Bretaña, Alemania y España. La idea de fondo es
que la “democracia mediática” es aquella donde los medios llegan a usurpar
funciones propias de las instituciones y conduce a la uniformación o a la
“norteamericanización” de la política. Todo ha de ser, al manos en los países
débiles y proclives a la imitación, como en Estados Unidos.
“La televisión ya no
es sólo la cancha en la que se dilucidan las batallas políticas, sino también
el arma que se utiliza para asegurarse la victoria”, cueste lo que cueste.
Porque la tentación de controlar al Estado es muy grande y porque, ya lo
sabemos en México, la política es dinero. Una de las motivaciones más fuertes
al intervenir en las campañas electorales es conseguir el poder para hacer
negocios y proteger los que ya se tienen.
Enrique Peña Nieto
dice que no es el candidato de Televisa pero lo cierto es que no estaría en el
lugar que ocupa hoy en las encuestas si no hubiera hecho el gran negocio
propagandístico para aparecer casi todos los días, durante los últimos cinco
años, en los noticieros de la concesionaria. Jenaro Villamil ha documentado que
con Televisa se han firmado y pagado contratos hasta de mil millones de pesos,
a cambio de inventar la candidatura de Peña y pasar como notas periodísticas
actos de verdadera propaganda machaconamente. Se dice en los mentideros de la
Condesa, en el Mama Roma, en los de Tijuana, en el cafetería del hotel Lucerna,
o en la del hotel Gándara de Hermosillo, que Televisa va a poner Presidente. No
pocos pesimistas lo creen. “Si no es que ya lo puso”, dicen los más amargados.
El regreso del PRI no
sería tan grave si no fuera que equivale a que lo peor de la política nacional
se reenganche con Peña Nieto: el grupo de Atlacomulco, los hampones del Estado
de México, los hijos de Hank González, Salinas de Gortari, Montiel. Es tal la
prepotencia y la convicción de que ya está en la Presidencia, que el candidato
de Televisa se da el lujo de engañar diciendo que va a perseguir a Humberto
Moreira. Otra demostración de poder, en el estilo del autoritarismo previsible
del personaje, es haber decidido que en el caso de la niña Paulete no hubo
crimen qué perseguir. En los estados los procuradores son empleados de los
gobernadores y quien decide si hay elementos o no para investigar un delito es
el señor gobernador, según su capricho y según sus intereses. Esa es la oferta
de justicia de alguien que Televisa a convertido en su candidato inevitable.
Van por todo los
amigos de Peña Nieto. Van por el petróleo, los negocios, van a consumar lo que
el PRI siempre se ha propuesto: el saqueo del país. El hampa política en el
poder.
El caso de Televisa
es único en el mundo, muy sui generis. Digno de más de una tesis de
comunicación en la Universidad Anáhuac. Su papel no es como el de la televisión
alemana, de bajo perfil, sin locutores demasiado protagónicos. Los últimos
gobiernos le han dado a Televisa un carácter como de partido político, más poderosa
que no pocos partidos políticos y todo mundo (Fox, Calderón) se le arrodilla.
Antes cuando en
Televisa recibían un telefonazo de Gobernación se ponían a temblar. Ahora,
cuando en Los Pinos reciben un telefonazo de Televisa, se cagan del susto.
Dos de las grandes
irresponsabilidades históricas de Felipe Calderón han sido darle al Ejército un
poder que no tenia hace tres años y aumentar el poder tal vez irreversible de
Televisa. Vamos a ver qué consecuencias tiene esto dentro de cinco o diez años.
Por lo pronto, el año que entra Televisa estará en la Presidencia. Dejaron
crecer al monstruo, bueno pues ahora el monstruo les está poniendo Presidente.
Habrá de verse, pues,
si las elecciones se ganan con la televisión o con la televisión en contra. De
pueblo en pueblo, a pata, o de canal en canal, en cadena nacional. La
oportunidad histórica que la vida le pone por delante a Emilio Azcárraga es
hacer de la televisión una verdadera instancia de la democracia. Eso es mucho
más importante y trascendente que tratar de hacer más dinero que Carlos Slim.
Ojalá estuviera consciente Emilio Azcárraga de lo importante que sería para su
país —por amor a su país— ofrecer una televisión equitativa, rica en
discusiones y en ideas, imparcial, pareja con todos los candidatos. En aras de
la convivencia civil.
La democracia mediática
El ojo que ves no es ojo
porque tú lo veas;
es ojo porque TV.
—Antonio Machado
Una de las cosas nuevas que sí hay bajo el sol en nuestro tiempo es la intrusión de los medios audiovisuales, televisión y radio, en la democracia electoral, que ya no es como lo era en la Atenas de Demócrito. Ahora la actividad comunicativa se encuentra entre las más manipulables y es un cuchillo de dos filos: puede servir para pervertir la democracia y echarla a perder o para conducir a la humanidad a una de las fases más sublimes de su historia: a una democracia plena y madura, sana y constructiva.
Dicen los especialistas que la televisión ha transformado la política. “Más que el Parlamento, la televisión es el gran foro público donde se debate lo que a todos atañe y donde se libran las batallas por el poder”, se sostiene en la Democracia mediática (Ed. Ariel, Barcelona, 1999) que armaron Alejandro Muñoz-Alonso y Juan Ignacio Rospoir, profesores de opinión pública en la Universidad Complutense de Madrid. Se trata de una recopilación de siete artículos sobre campañas electorales en Gran Bretaña, Alemania y España. La idea de fondo es que la “democracia mediática” es aquella donde los medios llegan a usurpar funciones propias de las instituciones y conduce a la uniformación o a la “norteamericanización” de la política. Todo ha de ser, al manos en los países débiles y proclives a la imitación, como en Estados Unidos.
“La televisión ya no es sólo la cancha en la que se dilucidan las batallas políticas, sino también el arma que se utiliza para asegurarse la victoria”, cueste lo que cueste. Porque la tentación de controlar al Estado es muy grande y porque, ya lo sabemos en México, la política es dinero. Una de las motivaciones más fuertes al intervenir en las campañas electorales es conseguir el poder para hacer negocios y proteger los que ya se tienen.
Enrique Peña Nieto dice que no es el candidato de Televisa pero lo cierto es que no estaría en el lugar que ocupa hoy en las encuestas si no hubiera hecho el gran negocio propagandístico para aparecer casi todos los días, durante los últimos cinco años, en los noticieros de la concesionaria. Jenaro Villamil ha documentado que con Televisa se han firmado y pagado contratos hasta de mil millones de pesos, a cambio de inventar la candidatura de Peña y pasar como notas periodísticas actos de verdadera propaganda machaconamente. Se dice en los mentideros de la Condesa, en el Mama Roma, en los de Tijuana, en el cafetería del hotel Lucerna, o en la del hotel Gándara de Hermosillo, que Televisa va a poner Presidente. No pocos pesimistas lo creen. “Si no es que ya lo puso”, dicen los más amargados.
El regreso del PRI si sería tan grave si no fuera que equivale a que lo peor de la política nacional se reenganche con Peña Nieto: el grupo de Atlacomulco, los hampones del Estado de México, los hijos de Hank González, Salinas de Gortari, Montiel. Es tal la prepotencia y la convicción de que ya está en la Presidencia, que el candidato de Televisa se da el lujo de sostener a Humberto Moreira como Presidente del PRI. Otra demostración de poder, en el estilo del autoritarismo previsible del personaje, es haber decidido que en el caso de la niña Paulete no hubo crimen qué perseguir. En los estados los procuradores son empleados de los gobernadores y quien decide si hay elementos o no para investigar un delito es al señor gobernador, según su capricho y según sus intereses. Esa es la oferta de justicia de alguien que Televisa a convertido en candidato inevitable del PRI.
Van por todo los amigos de Peña Nieto. Van por el petróleo, los negocios, van a consumar lo que el PRI siempre se ha propuesto: el saqueo del país. El hampa política en el poder.
El caso de Televisa es único en el mundo, muy sui generis. Digno de más de una tesis de comunicación en la Universidad Anáhuac. Su papel no es como el de la televisión alemana, de bajo perfil, sin locutores demasiado protagónicos. Los últimos gobiernos le han dado a Televisa un carácter como de partido político, más poderosa que no pocos partidos políticos y todo mundo (Fox, Calderón) se le arrodilla.
Antes cuando en Televisa recibían un telefonazo de Gobernación se ponían a temblar. Ahora, cuando en Los Pinos reciben un telefonazo de Televisa, se cagan del susto.
Dos de las grandes irresponsabilidades históricas de Felipe Calderón han sido darle al Ejército un poder que no tenia hace tres años y aumentar el poder tal vez irreversible de Televisa. Vamos a ver qué consecuencias tiene esto dentro de cinco o diez años. Por lo pronto, el año que entra Televisa estará en la Presidencia.
Habrá de verse, pues, si las elecciones se ganan con la televisión o con la televisión en contra. De pueblo en pueblo, a pata, o de canal en canal, en cadena nacional. La oportunidad histórica que la vida le pone por delante a Emilio Azcárraga es hacer de la televisión una verdadera instancia de la democracia. Eso es mucho más importante y trascendente que tratar de hacer más dinero que Carlos Slim. Ojalá estuviera consciente Emilio Azcárraga de lo importante que sería para su país —por amor a su país— ofrecer una televisión equitativa, rica en discusiones y en ideas, imparcial, pareja con todos los candidatos. En aras de la convivencia civil.
lunes, 21 de mayo de 2012
P a r a í s o i n f e r n a l
En México no hay tragedia.
Todo se vuelve afrenta.
—Carlos Fuentes
¿Por qué Carlos Fuentes no
vivía en México? Se pasó la vida en el extranjero, desde niño, en Santiago y en
Buenos Aires, en Washington. Dio clases en Cornell University, en Ithaca, Nueva
York. También en la Universidad de Cambridge, en Inglaterra. Las últimas
décadas de su vida las disfrutó en Londres, ciudad que prefirió por encima de
todas las otras
—como París, que amó— en las que brilló y en las que pudo
haber hecho su vida hasta el final. Además no quiso que lo enterraran en
México. Prefirió que sus cenizas quedaran en el cementerio de Montparnasse,
donde reposan Jean-Paul Sartre, Julio Cortázar, Susan Sontag y Porfirio Díaz.
“Es que no se puede vivir aquí. Te lo digo en serio. Yo no quiero
servir ni a Dios ni al diablo: quiero quemar los dos cabos. Y aquí no puedes”,
dice así Juan Luis, el personaje de uno de los cuentos más bellos de Carlos
Fuentes: “Un alma pura”, que destaca entre los otros que componen Cantar de ciegos, un libro de 1964.
“Si sólo quieres vivir, eres un traidor en potencia: aquí te
obligan a servir, a tomar posiciones, es un país sin libertad de ser uno mismo.
No quiero ser gente decente. No quiero ser cortés, mentiroso, muy macho,
lambiscón, fino y sutil. Como México no hay dos… por fortuna.”
En otro de sus relatos alguien dice: “El alcoholismo, el
periodismo, la militancia política,
me devoraban, por eso me fui de México.”
Carlos Fuentes venía con mucha frecuencia y cada una de sus
páginas nos habla de su gran amor al país. Pensaba que aquí no podía escribir.
Los eternos desayunos y las largas cenas hasta las 2 de la mañana, el teléfono,
las entrevistas, podían interrumpir el proceso de concentración continuada sin
el cual el escritor no puede vivir. Pero el caso es que Carlos Fuentes no vivía
en México. Muy su derecho. ¿Quién, pudiendo, no viviría un año en Roma y otro
en Berlín? Había tal vez algo que no le gustaba de México, y no porque lo
considerara un país de segunda e irredimible.
Llamaba la
atención su ausencia porque se supone que un novelista tiene que estar en
contacto con el habla de su pueblo. Necesita escuchar todos los días el
lenguaje de la plebe, de la vida cotidiana, los nuevos usos del español que
cambian con cada generación.
Y es que hay algo muy feo un México, como para hacer tierra
de por medio: un lado negro, un dark side,
y ese aspecto diabólico puede ser su clase política y la policía: el gran
sistema de dominación mediática, la hipocresía respecto al lavado de dinero. Y
más que la corrupción, la impunidad y la difuminación del Estado. El sistema
judicial como un horror, un laberinto infernal al que todos estamos expuestos.
Un México de cabezas cortadas, de torsos esparcidos en la noche y niebla de
México. Un país en el que no hay elecciones confiables y se hace de la
televisión una Reina que designa Presidente.
Junto a sus mejores gentes, a todo los ancho del país: al
lado de sus bellezas naturales y el heroísmo de muchos para ganarse la vida,
parece triunfar lo peor de nuestra estirpe: an
infernal paradise, ni más ni menos, un Paraíso
infernal, como el libro de Ronald G. Walker publicado por el FCE en 1984 y
traducido por José Agustín. Walker estudia la percepción que algunos novelistas
británicos (Malcolm Lowry, Graham Greene, Aldus Huxley, Evely Vaughm) han
tenido de México.
viernes, 18 de mayo de 2012
Paraíso infernal
En México no hay tragedia.
Todo se vuelve afrenta.
—Carlos Fuentes
¿Por qué Carlos Fuentes no
vivía en México? Se pasó la vida en el extranjero, desde niño, en Santiago y en
Buenos Aires, en Washington. Dio clases en Cornell University, en Ithaca, Nueva
York. También en la Universidad de Cambridge, en Inglaterra. Las últimas
décadas de su vida las disfrutó en Londres, ciudad que prefirió por encima de
todas las otras
—como París, que amó— en las que brilló y en las que pudo
haber hecho su vida hasta el final. Además no quiso que lo enterraran en
México. Prefirió que sus cenizas quedaran en el cementerio de Montparnasse,
donde reposan Jean-Paul Sartre, Julio Cortázar, Susan Sontag y Porfirio Díaz.
“Es que no se puede vivir aquí. Te lo digo en serio. Yo no quiero
servir ni a Dios ni al diablo: quiero quemar los dos cabos. Y aquí no puedes”,
dice así Juan Luis, el personaje de uno de los cuentos más bellos de Carlos
Fuentes: “Un alma pura”, que destaca entre los otros que componen Cantar de ciegos, un libro de 1964.
“Si sólo quieres vivir, eres un traidor en potencia: aquí te
obligan a servir, a tomar posiciones, es un país sin libertad de ser uno mismo.
No quiero ser gente decente. No quiero ser cortés, mentiroso, muy macho,
lambiscón, fino y sutil. Como México no hay dos… por fortuna.”
En otro de sus relatos alguien dice: “El alcoholismo, el
periodismo, la militancia política,
me devoraban, por eso me fui de México.”
Carlos Fuentes venía con mucha frecuencia y cada una de sus
páginas nos habla de su gran amor al país. Pensaba que aquí no podía escribir.
Los eternos desayunos y las largas cenas hasta las 2 de la mañana, el teléfono,
las entrevistas, podían interrumpir el proceso de concentración continuada sin
el cual el escritor no puede vivir. Pero el caso es que Carlos Fuentes no vivía
en México. Muy su derecho. ¿Quién, pudiendo, no viviría un año en Roma y otro
en Berlín? Había tal vez algo que no le gustaba de México, y no porque lo considerara
un país de segunda e irredimible.
Llamaba la atención su ausencia porque se supone que un
novelista tiene que estar en contacto con el habla de su pueblo. Necesita
escuchar todos los días el lenguaje de la plebe, de la vida cotidiana, los nuevos
usos del español que cambian con cada generación.
Ya es que hay algo muy feo un México, como para hacer tierra
de por medio: un lado negro, un dark side,
y ese aspecto diabólico puede ser su clase política y la policía: el gran
sistema de dominación mediática, la hipocresía respecto al lavado de dinero. Y
más que la corrupción, la impunidad y la difuminación del Estado. El sistema
judicial como un horror, un laberinto infernal al que todos estamos expuestos.
Un México de cabezas cortadas, de torsos esparcidos en la noche y niebla de
México. Un país en el que no hay elecciones confiables y se hace de la
televisión una Reina que designa Presidente.
Junto a sus mejores gentes, a todo los ancho del país: al
lado de sus bellezas naturales y el heroísmo de muchos para ganarse la vida,
parece triunfar lo peor de nuestra estirpe: an
infernal paradise, ni más ni menos que un Paraíso infernal, como el libro de Ronald G. Walker publicado por
el FCE en 1984 y traducido por José Agustín.
miércoles, 16 de mayo de 2012
No creo en la indiferencia
Yo no creo en la indiferencia. La indiferencia aparece sólo en las encuestas. La gente no es en absoluto indiferente. Yo no creo en la indiferencia. Nadie es indiferente. Distinguiría, sí, en cambio, entre los angustiados y los indiferentes. Aquellos que confiesan indiferencia, los que dicen "No me interesa votar, me da igual, no voy a votar", esos son falsos indiferentes. Al contrario, hay una parte, que creo que es la mayoría del pueblo, que está angustiada, que querría entrever un rayo de verdad.
Leonardo Sciascia
Leonardo Sciascia
martes, 15 de mayo de 2012
Tierra consentida
A principios de mayo va
desapareciendo el aroma erotizante de los naranjos y sus flores de azar en
Hermosillo y entra de pronto el calorón: 42 grados a las 12 del día y así hasta
septiembre y octubre. Los más afortunados pueden meterse en sus cápsulas de
autos y casas que guardan las condiciones de presión y temperatura propias del
planeta Tierra. Como si anduvieran en la Luna.
En el auditorio que fue la casa de Ernesto Uruchurtu se
presenta un libro: Yo fui Plutarco Elías
Calles, de Alfredo Elías Calles, nieto del expresidente sonorense,
originario de Guaymas (la única ciudad mexicana que ha dado tres presidentes:
Adolfo de la Huerta, Abelardo Rodríguez y Calles). La presentación empieza con
un estupendo texto del historiador Ignacio Almada y después oímos la
apasionada, divertida, comprometida, parcial, disertación de Alfredo Elías
Calles. Y se recuerda, pues, el papel del sonorense en la Revolución mexicana:
la instauración del Banco de México y la invención del PRI al final de una
década (1929), cuando Calles vuelve de Europa entusiasmado con el fascismo de
Italia y quiere hacer un partido de ese estilo.
Se vive en la entidad el conflicto entre dos ciudades
hermanas. Las aguas del río Yaqui, desde la presa del Novillo, se distribuirán
ahora para consumo humano en Hermosillo y para uso agrícola en Ciudad Obregón.
Muchos reprueban que el gobernador panista Guillermo Padrés Elías —con el apoyo
explícito del presidente Calderón, el celoso guardián de la legalidad nacional—
desaire la resolución de un juez federal que ha ordenado la interrupción de las
obras del largo acueducto de 113 kilómetros cuando está firme el desacato por
lo que toca a uno de los dos amparos.
Dicen en el valle del Yaqui que el agua no alcanzará ni
siquiera para una cosecha al año, estando como está ahora la presa del Oviachi
medio vacía o medio llena. Pero en Hermosillo el año que entra no habría agua
ni para lavarse las manos.
En Pueblo Yaqui en casa de la profesora
María Dolores Quiroz de Munguía algunos exalumnos, amigos, agricultores, pasan
a tomar cerveza y a degustar la carne asada (“clasificada”, dicen los
sonorenses) y saltan las fantasías políticas de cada quien. Muchos, la mayoría,
dicen que votarán por la “opción moral”, Andrés Manuel López Obrador.
“Va a ganar, de calle, pero no lo van a
dejar. Le van a volver a hacer fraude. No podemos apoyar al partido de un
gobernador que se ha encargado de dividir al Estado ni al PRI de Eduardo Bours
que promovió la impunidad para los responsables de la guardería.”
Más allá de la dicordia que proviene
del río progenitor, como en todos los pueblos y ciudadas del país, se animan y
reaniman los mentideros políticos de los cafés y las neverías, o en los
mercados. Unos reprueban que se hayan atropellado los derechos de una
trabajadora doméstica a la que acusan del robo de 500 mil pesos en efectivo en
la casa del Gobernador. Otros critican que hayan tomado por asalto una notaría
en Ciudad Obregón. Reprueban que el Gober utilice la Contraloría para manchar
los expedientes de presuntos candidatos de la oposición. Y extraña, pues, en
una región del pais en el que el PRD no pinta mucho, que casi todas las
personas que uno encuentra en la calle o en los ejidos, o entre el público del
beisbol llanero, le digan que van a votar por López Obrador. Para así salvar la
estirpe revolucionaria de los sonorenses.
@Campbellobo
http:horalelobo.blogspot.com/
La paradoja del gobernante
En La paradoja del comediante, Denis
Diderot piensa que los afanes del actor son los mismos del gobernante e iguales
a los del escritor: el propósito común a todos ellos es establecer la
verosimilitud. Y a lo largo de todo este diálogo, que el director de la Enciclopedia encomienda a dos
interlocutores imaginarios, se va discurriendo en la idea de que es más creíble
el fingimiento que la sinceridad: “Los comediantes impresionan al público no
cuando están furiosos sino cuando fingen perfectamente el furor. En los
tribunales, en las asambleas, en todos los sitios en los que se quiere dominar
los ánimos, se finge ya la ira, ya el temor, ya la piedad, para producir en el
auditorio esos distintos sentimientos. Lo que no logra una pasión efectiva lo
consigue una pasión bien imitada.”
Una
vez le pregunté al poeta español Claudio Rodríguez hasta qué punto la poesía es
una mentira y me contestó:
—Es
lo que llamaba Diderot la “paradoja del comediante”. Una persona puede estar
sintiendo mucho y no poder expresarlo. Puede producir risa. Él cuenta la
anécdota de un actor que se suicida en escena. Se suicida de verdad y entonces
produce risa en los espectadores. En cambio, el gran actor finge que se
suicida. Y entonces produce pánico, drama: el público se conmueve hasta las
lágrimas. ¿Cuántos poemas de amor (en Quevedo, por ejemplo, que nunca tuvo
capacidad amorosa) son mentira? Lo que dice Quevedo no es porque él lo sienta,
en el fondo está mintiendo. Lo que importa es el resultado del poema, su
eficacia, no que lo haya sentido o no el poeta.
En
eso consiste la paradoja del comediante o en lo que de otro modo explica
Diderot: “Cuando se dice de un hombre que es un gran comediante, no entiende
nadie que tal hombre siente, sino todo lo contrario: que sabe simular el
sentimiento sin sentir absolutamente nada.”
Si Nicolás Maquiavelo es el padre de la
propaganda moderna —y no menos que de la antigua— es porque recomienda fingir.
En sus textos, pero sobre todo en El
Príncipe, desentrañamos toda una disquisición sobre el ser y el parecer. El
gobernante puede ser infiel a sus camaradas y a sus compromisos —puede no
cumplir con la palabra empeñada— pero tiene que hacer todo lo posible por parecer fiel. Lo que importa es la
apariencia. Tener el poder también consiste en aparentar tenerlo, aunque, por
ejemplo, no se hayan ganado las elecciones. Por eso, a una menor legitimidad
corresponde una mayor propaganda.
No
es necesario que un presidente posea ciertas cualidades —la tolerancia, la
paciencia, la lealtad, la generosidad—, pero es muy necesario que parezca tenerlas. Fabricar esa imagen es
el trabajo de sus propagandistas.
El
jefe de la tribu, entonces, anda en terrenos que se creía reservados al actor.
Tiene que moverse con toda astucia, como en la cuerda floja de los cirqueros,
entre el discurso de la verdad y el discurso de la mentira. (Se entiende aquí
por “discurso” el río de las ideas, el flujo del pensamiento, el discurrir de
la memoria, y también la perorata en la plaza.) Lo chistoso del caso es que
cuando el gobernante habla parece que se está tomando en serio y sus más
cercanos colaboradores también ponen cara de que está hablando en serio y
diciendo la verdad.
Ya
lo percibía Jean Genet, el autor de Severa
vigilancia: “El poder no funciona sin teatralidad. Nunca. La teatralidad es
el poder. La teatralidad domina en todas partes. Hay un lugar en el mundo en el
que la teatralidad no oculta poder alguno, y ese sitio es el teatro. Cuando a
un actor lo matan en escena se puede volver a levantar y hacer otra vida. No es
nada peligroso. En mayo de 1968 los estudiantes parisinos ocuparon un teatro;
es decir, un lugar del que todo poder había sido expulsado, donde sólo quedaba
la teatralidad, sin correr peligro alguno. Invito, exhorto a todos a hacer de
la vida un teatro.”
“En
una época seducida por el arte del teatro, el siglo XVII tuvo una preocupación
csi obsesiva por la apariencia. Si el mundo se percibe en términos teatrales,
el auento en la transformación de la apariencia se vuelve un componente
esencial del arte de gobernar. La aplicación de las reglas del teatro a la vida
política, especialmente en la proyección del reino, es uno de los rasgos más
importantes de las monarquías del siglo XVIII”, escribe por su parte J. H.
Elliot en su ensayo “Power and Propaganda in Spain of Philip IV”, incluido en
el libro colectivo Rites of Power,
editado por Sean Wilentz (1985).
Pero más bien la paradoja del gobernante
se parece a la paradoja gatopardiana: que todo cambie para que todo quede
igual. Hay que organizar los cambios como apariencias de cambio. ¿Para qué?
Para no perder el poder.
¿Cómo articuló Giuseppe Tomasi di Lampedusa exactamente su paradójico
pensamiento en El Gatopardo?
Así:
“Si
queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie.”
“...y luego todo seguirá lo mismo, pero todo estará cambiando”.
“Para que todo quede tal cual. Tal cual en el fondo, tan sólo una
imperceptible sustitución de castas.”
“...una de esas batallas en las que se lucha hasta que todo queda como
estuvo”.
La
continuidad gatopardiana se resuelve en esa aparente contradicción, en esa
verdad política casi de sabiduría maquiavélica. Lo que viene a decir Guiseppe
Tomasi es que el poder es uno y el mismo debate hace siglos. Lo mismo en los
tiempos de Calígula que en los de Mitterrand. Cambiar para que todo quede
igual: esa es la paradoja del gobernante, si quiere preservar el poder. Las
situaciones son idénticas. Los personajes no son los mismos pero son iguales.
Así era en los tiempos de Plutarco Elías Calles o, mejor dicho, en los de
Miguel Alemán: el mismo autoritarismo presidencial, el mismo presidencialismo
autoritario, la misma neoantidemocracia, la misma neointolerancia, el mismo
neoliberalismo. La máquina del poder y sus dispositivos sigue siendo la misma
desde los años de Licurgo. Y no es que sea como un cerebro o una computadora.
Se trata de un aparato más primitivo, a pesar de las sutilezas y de la
imaginación de los hombres que le dan vida. Las situaciones son las mismas. Los
personajes se quitan una máscara y debajo tienen otra máscara. Y así va a
seguir siendo en el futuro o al menos mientras se observen las reglas de la
comedia humana: que todo cambie menos el principio del poder, es decir: el
imperativo de preservarlo a toda costa. El poder por el poder mismo. Así era en
los tiempos de Talleyrand y de Metternich. Así es en nuestro tiempo. Es la
misma película. Una historia vulgar con personajes vulgares.
Post
scriptum: Se me dice que la “paradoja gatopardiana” carece de validez
universal: Mijail Gorbachov promovió muchos cambios y las cosas no quedaron
como estaban. Al contrario: la utopía socialista quedó de cabeza.
Sí,
es cierto, pero Gorbachov no se mantuvo en el poder.
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