lunes, 17 de septiembre de 2012

El Estado ya no pinta

El asalto al Estado



Los políticos ya no están
al timón del barco que
navega a toda velocidad.
—Jacques Attali
 
Dice Zygmunt Bauman que no es el Estado y ni siquiera su brazo ejecutivo el que está siendo socavado, erosionado, desangrado hasta su desaparición inminente sino la soberanía.
  Por extensión, podemos pensar que si bien el desvanecimiento del Estado en México se ha debido a una cultura de la impunidad muy arraigada (el incumplimiento de la ley, la permisividad en cuanto al lavado de dinero en las elecciones) también es cierto que esta caída moral y sociológica se encuadra en un contexto global: el surgimiento de poderes extraterritoriales que vuelan, flotan o navegan por el mundo sin que ningún Estado pueda cuestionarlos.
  A lo que se refiere el ensayista polaco 
—profesor  en la Universidad de Leeds, en Inglaterra, y en la de Varsovia, autor de La globalización. Consecuencias humanas— es al momento histórico que corresponde hoy al Estado tal y como lo veníamos concibiendo. Hay ahora una circunstancia que mina los cimientos más profundos de la soberanía y que no existía antes: la inclinación de ese Estado debilitado a ceder muchas de sus funciones y prerrogativas a los poderes impersonales del mercado. O en otras palabras: la rendición incondicional del Estado al chantaje con el que las fuerzas del mercado —legales o ilegales— contrarrestan las políticas que favorecen y por las que votan los ciudadanos.
  El contexto es el de un mundo en el que ya no tienen sentido ni repercusión las ideas, en el que en prácticamente todos los Estados se gobierna para favorecer a grupos de particulares: políticos y empresarios que se protegen dentro de la legalidad y contrabandistas que operan fuera de la ley pero patrocinan las campañas políticas.  
  Parece ser ése el panorama mundial en el que no pocos grupos financieros o industriales compiten con agrupaciones criminales rebasando la autoridad o el poder de los Estados. Hay también, por otra parte, riquezas individuales que son mayores que las de varios países juntos. 
  Somos contemporáneos de un espacio global en el que, en la visión de Manuel Castells, el poder fluye fuera de todo control y al margen de las instituciones, mientras la política sigue siendo tan local como siempre. El poder está más allá del alcance de la política.
   Hay un momento en que las empresas transnacionales escapan hacia un limbo que el Estado moderno ya no ocupa ni administra. Queda algo de Estado pero el Estado ya no está en las nuevas latitudes de la criminalidad financiera. Si antes había un lugar o un territorio con el que se asociaba al Estado, junto con su legalidad y su población, ahora ese lugar está en todas partes y en ninguna. Las grandes empresas comerciales o criminales se mueven en una “tierra de nadie”, como el espacio entre trincheras, y puedan saltar de una isla a otra, de un país a otro, de un paraíso fiscal a otro. En el juego del gato y el ratón el Estado gato termina por morderse la cola y arrinconarse a descansar.
  Según Masao Miyoshi el Estado nación ya no funciona: se lo han apropiado por completo las corporaciones transnacionales, que operan a distancia, ajenas, sólo fieles a los clubes exclusivos (de tenis o de martinis) de los que son miembros. En la nueva composición de poder mundial el Estado ya no cuenta tanto.
 

lunes, 10 de septiembre de 2012

Cosa juzgada






RES JUDICATA
                       
Alégale al ampáyer.
—Élmer Mendoza


¿Por qué “del Poder Judicial de la Federación”? ¿Qué se está tratando de enfatizar con ese complemento? También podría decirse la Suprema Corte de Justicia de la Nación del Poder Judicial de la Federación. O bien: el juez federal de Nogales, Sonora, del Poder Judicial de la Federación. El Juzgado de Distrito de Mexicali del Poder Judicial de la Federación. ¿Cuál es la idea? ¿Que no se vaya a creer que es del poder Ejecutivo de la Federación? Los policías son Poder Ejecutivo también. Los ministerios públicos. Los agentes de la Judicial o de la Procuraduría o “ministeriales” también son del poder Ejecutivo del Estado o de la Federación, como dice el Presidente de la República del Poder Ejecutivo de la Federación.
  Pero en fin. Peccata minuta. La historia es que los magistrados o jueces del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, que viven bajo muchísimas e intimidatorias presiones, son seres humanos y juzgan como Dios les da a entender. Tratan, como los ministros de la SCJN, de adivinarle el pensamiento al jefe de la tribu, es decir: al Presidente de la República. Así ha sido siempre y no se atreven a que sea de otra manera. Hasta es posible que tuvieran miedo de manifestarse en contra del nuevo y sospechoso establishment político. Y se entiende. Votar a favor de la impugnación no era nada fácil. Les temblaron las corvas. Además, muy humanos, también les interesaba conservar sus sueldos que seguramente no pueden andar debajo de los 200 mil mensuales (aunque se dice que llegan a embolsarse más de 300, algo así como mil dólares diarios). Lo cierto es que debieron haber devengado sus sueldos, con más trabajo, con más esmero, con más sentido del honor, con mejores argumentos.
  ¿Qué le vinieron a decir a las nuevas generaciones los 7 Magníficos del Poder Judicial de la Federación? Que todo se vale. Que se vale hacer trampa. ¿Qué le dicen a un joven mexicano que quiera dedicarse a la política? Que el que transa avanza. Que no está mal comprar votos. Que se vale aceptar dinero del narco.
  Ese es el mensaje de los magistrados a los jóvenes. Pero esos abogados no podían obrar de otra manera. Son producto el producto histórico de una sociedad que siempre ha sido manipulada por abogados, desde los tiempos de la Colonia española. Simplemente las leyes no se pueden cumplir en México.
  Estos incorruptibles e insobornables magistrados (que se han ganado ya un lugar en la Historia Nacional de la Infamia) avalaron el uso de tarjetas de prepago que se pagaron a Soriana y Monex con dinero de no se sabe de dónde. (Las tarjetas de prepago son las que se usan, sobre en Estados Unidos, para lavar dinero.) Le dijeron OK a la inclusión de franjas promocionales en “Noticieros Televisa”, en espacios supuestamente de carácter periodístico. Propaganda disfrazada de periodismo. Contratos con Televisa por debajo de la mesa. Ese fue el mensaje, subliminal o franco, descarado.
  El hecho es que su fallo es cosa juzgada. Nada contra la res judicata. Se ha conseguido armar, inapelablemente, la coartada de la legalidad.
 Un argumento llevado al absurdo es que en la sentencia la justicia siempre se hace. Es como el misterio de la transustanciación —se lee en la novela El contexto, de un autor siciliano que me está vedado citar— cuando el sacerdote celebra la misa y el pan y el vino se convierten en el cuerpo, el alma y la sangre de Jesucristo nuestro Señor.
  “Nunca, fíjese bien, nunca, puede ocurrir que la transustanciación no se produzca. Y lo mismo sucede con un juez cuando oficia la ley: la justicia no puede dejar de develarse, de transustanciarse, de manifestarse, de cumplirse.”
  Res judicata.
  Se completa el circuito de la legalidad, pero no el de la legitimidad.


                   


sábado, 8 de septiembre de 2012

La verdad momentánea


 Pruebas. Tráiganme pruebas.
Pruébenmelo. Me atengo a la
presunción de inocencia.
—Al Capone; Chicago, 1927


Desde la subjetividad de cada uno de nosotros se construyen diversas percepciones y no sólo es cierto que cada cabeza es un mundo: también es un cosmos de deseos, fantasías y creencias.
  Han sucedido en el país tres cosas terriblemente graves, pero a mucha gente —tal vez a la mayoría— no le parecen tan terribles. Hasta hacen chistes sobre la situación. La sociedad mexicana es inconmovible.
  1. Primero: me parece histórica y políticamente
muy grave —a futuro— que nadie en el Estado mexicano, ninguna entidad de las que tienen que ver con la administración de la justicia, con la investigación de los delitos que se persiguen de oficio (sin que la víctima asuma la carga de la prueba), se haya puesto a investigar en serio si en la campaña del PRI hubo dinero de la economía criminal. Le dieron largas al asunto. Las autoridades electorales del TEPJF, no sin descaro, dijeron que en todo caso la procedencia del dinero no afectaba el resultado de la elección. El dinero no tiene olor, como decía Horacio, pecunia non olet.
  En fin, las clásicas chicanas y marrullerías de los expertos abogados mexicanos ideadas para encubrir. ¿Que ya se nos había olvidado lo que es un abogado mexicano? Se llegó a simular una indagación de Soriana y de Monex un poco para taparle el ojo al macho, pero a nadie —a ningún funcionario honorable, con sentido del Estado— se le ocurrió investigar a fondo si en los gastos de campaña de Peña Nieto había aportaciones de los chicos malos.
  Como era de esperarse, se lavaron las manos.
  Y es que, en efecto, dirían los más cínicos, no había pruebas de laboratorio ni de ADN.
  En este torbellino de “opiniones frágiles, efímeras, movedizas y esquivas sólo supuestamente verdaderas”, como dice Zygmunt Bauman, uno sospecha que lo que deduce podría ser una locura, algo totalmente delirante e incomprobable. 
  2. La otra cosa no menos grave que no ven así la mayoría de la población ni el ejército de locutores que ejerce en todo el país —de Tijuana a Tapachula, gracias a la CIRT— es el problema del lavado de dinero: el flanco que no quiso atender Calderón en su lucha contra el mal.
  Para no todos es una desgracia que el lavado de dinero equivalga a avalar la sangre, el dolor, las torturas, las decapitaciones, los secuestros: el sufrimiento. En todo ello hay una gran complicidad y una enorme hipocresía por parte de los grandes consorcios financieros y los gobiernos de Washington y del Reino Unido. Porque lo saben y se callan. Lo permiten.
  Cómodamente, desde un escritorio, unos señoritos británicos deciden meter a la lavadora hasta 7,000 millones de dólares en México durante un lapso de cinco años como si el Estado mexicano no existiera. Sólo porque saltó el tema en alguna sesión de alguna comisión del Senado norteamericano se enteró “el gobierno del Presidente de la República” de que el blanco global del mundo, el muy imperialista HSBC, reconoció haber estado lavando los billetes sucios.  
  Ningún funcionario mexicano se murió de vergüenza.
  En otros tiempos, y en otra época en la que se tenía otro concepto del Estado y otra manera de vivirlo, es posible que a ese banco no se le hubiera permitido seguir operando en México. Pero para la Comisión Nacional Bancaria, presidida por funcionarios muy honorables y muy bien vestidos, la cosa no fue tan grave y se limitó a multar con unos treinta millones de dólares —una bicoca— al banco “global” que, para afrontar posibles multas en Capitol Hill, tiene guardados 700 millones de dólares previendo que lo van a multar hasta con mil. Tampoco estaba enterada esta inútil comisión bancaria, que preside un licenciado Babatz, de que la cadena de tiendas Wallmart también estaba en el negocito. Cuando lo supo se apresuró, de la noche a la mañana, a exonerarla.
  3. Televisa es gobierno. Ya está instalada, como una Reina, en Los Pinos. Sus programas parecen ya como transmitidos desde la casa presidencial. Este fenómeno de cómo un consorcio televisivo llega al poder sería de lo más interesante como tesis de “ciencias de la comunicación” de la Universidad Anáhuac. La colusión Peña Nieto-Televisa es digna del más rigurosos estudio por parte de sociólogos y comunicadores porque una maniobra tan maquiavélica y de tal envergadura nunca se ha dado en ninguna parte del mundo, ni siquiera en la Italia de Berlusconi. ¿Por qué sucedió esto que el IFE no quiso ver, como si no bastaran como evidencia las transmisiones mismas de propaganda a favor de Peña Nieto encubierta como “Noticieros Televisa” desde años atrás? ¿Qué no hay grabaciones de esos spots disimulados? Si las hay, pero los consejeros del IFE decidieron hacerse pendejos.
  ¿Por qué pudo suceder en México esta maniobra mediática de toma del poder? ¿Por qué sería imposible en la televisión británica o en la alemana? Tiene mucho que ver con la clase política mexicana y su descomposición.

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