Graham Greene
Uno de los ríos
argumentales que discurre por debajo de la prosa de Ioan Grillo en su libro El narco es el de la ambigüedad de la
palabra insurgencia. No es tanto un
problema de filólogos o de diccionarios sino de protagonistas políticos, como
el gobierno de México que se niega a reconocer que el crimen organizado
significa un desafío para el Estado en términos de levantamiento o rebelión,
nociones tradicionalmente reservadas para movimientos políticos de motivación
ideológica.
Reconocerlo sería como
entregar la plaza: rendir las armas de la legalidad.
El propio Calderón acepta que hay partes del territorio
mexicano en las que el crimen organizado ha adoptado funciones propias del Estado, según lo confesó al presidente
del Perú durante la Cumbre de las Guayaberas en Cartegena de Indias.
El periodista inglés percibe que en México la violencia
crece porque los traficantes piensan como soldados y luchan por controlar el
territorio valiéndose de tácticas para infundir terror. “Para 2008 los
asesinatos se disparan, el conflicto amenaza ya al Estado y el Gobierno empieza
a ser incapaz de imponer las reglas”, dijo a Luis Prados el 2 de junio en El País.
Hay un verdadero ejército de psicópatas, dice Ioan Grillo. “Deja de ser una
guerra por las drogas para convertirse en una guerra por feudos financiada por
la droga. Es una insurgencia criminal, una rebelión armada sin ideología que
combate al Estado y crea poderes en la sombra.”
Cuando los narcotraficantes armados entran en un pueblo lo
hacen como militares en un territorio que no es el suyo, identifican a los
jefes del hampa, los ponen a trabajar para ellos y reclutan a los jóvenes, como
en una gleba porfiriana. Tan sólo en Nuevo León operan unos 1,500 efectivos. Y
es que, piensa Grillo, Calderón puso a un Estado podrido a luchar contra los
cárteles sin seguir un plan maestro, y todo le ha salido al revés.
Si ha habido un problema semántico con el concepto de
insurgencia es también porque se tiende una relación inédita entre las palabras
y las cosas. ¿Cómo nombrar a un movimiento armado que aparentemente no aspira a
la toma de Palacio?
“Falta un lenguaje para describir este conflicto, pues el
narco es un fenómeno político y paramilitar y incomprensible en términos de
crimen organizado. En la que sería
una especie de “noche y niebla mexicanas” aquí hemos visto decenas de miles de
asesinatos, fosas clandestinas, secuestros masivos, cincuenta cuerpos
decapitados en una sola mañana. Ningún grupo guerrillero llegó a esos grados de
violencia en la historia entera de México.
Ya no nos sirven las categorías que teníamos antes para identificar los problemas. Tal vez la rebelión armada sin bandera política sea un fenómeno inédito en la historia de la humanidad.
Cuenta Natalia Mendoza Rockwell en la revista Nexos (número 414, junio de 2012) que en
el norte de Sonora la mafia regional cobra ahora las cuotas que la policía
municipal solía cobrarles a migrantes y polleros.
“La instancia local, en este caso el ayuntamiento, renuncia
a una forma de extracción de recursos y la deja en manos de la mafia regional.”
Tanto quienes se dedican a brindar servicios a migrantes como las organizaciones
criminales “se ven en la necesidad de desarrollar capacidades administrativas
propias de un Estado”. Ejercen la función de autoridades migratorias, es decir,
sustituyen al Estado en esa zona donde el Estado no está.
Natalia Mendoza Rockwell es autora del libro Conversaciones con el desierto, publicado
por el CIDE: un estudio etnográfico sobre los efectos del narco en el
imaginario colectivo de un pueblo sonorense.
Juan Carlos Cano, en la estupenda revista La Tempestad, que dirige Nicolás Cabral,
reflexiona en la noción clásica de que la guerra se basa en el dominio del terreno,
como en el juego del Go asiático, y como de hecho hace el ejército israelí en
la franja de Gaza y en general en lo que ha sido la patria de los
palestinos. Luego entonces, “el objetivo es fragmentar el territorio enemigo,
por medio de una muralla de concreto, algún corredor humanitario…” La
fragmentación es una de las tácticas más determinantes en ciertas batallas y en
ese parece haber algo en común entre la estrategia militar de Israel y la de
los ejércitos criminales de México.
Juan Carlos Cano se refiere a un estudio de Eyal Weizman sobre
la guerra entre israelíes y palestinos. El objetivo de fragmentar al territorio
enemigo también se busca por medio de una muralla de concreto, por el control
de recursos naturales como el agua y principalmente por la construcción de
asentamientos humanos.
La toma de terrenos fue también la estrategia del Vietcong en Vietnam en los años 60 y 70.
La toma de terrenos fue también la estrategia del Vietcong en Vietnam en los años 60 y 70.
Todo eso recuerda el “estado fragmentado” en México del que
habla Edgardo Buscaglia. Un mapa de la asociación Stratfor (puede verse en la
red) muestra qué partes del territorio nacional están tomadas ya por el crimen
organizado: el mapa del narco, que siempre es frontera nómada.
@Campbellobo
http://oralesos.blogspot.com/
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