El mexicano puede ver, sin alterarse,
cómo arde un bosque. Es capaz de
presenciar una destrucción o un
despilfarro sin decir palabra. Sabe
que el monte quemado y la tala y la
destrucción y el saqueo y la injusticia
obedecen a un sistema de despotismo,
a intereses superiores e intocables.
—Fernando Benítez, Los primeros mexicanos.
Algo que al corresponsal
de The New York Times le llamó la
atención durante estas elecciones es que ni el repudio estudiantil a Peña Nieto
ni las peores acusaciones (que compra los votos, que se coludió con Televisa)
en nada disminuían su lugar en las encuestas de propaganda. En cualquier otro
país, acotó el periodista, el candidato se hubiera venido a pique. En México
no.
Una posible conjetura es que así sucede por razones
históricas que vienen desde la Colonia (y que pueden leerse en el libro de
Fernando Benítez: Los primeros mexicanos)
y otra es que la sociedad mexicana, como cuerpo nacional, no es ni cultural ni
económicamente homogénea. Dice Woldenberg que es plural esa sociedad: sí, pero
es una pluralidad de grandes diferencias entre las clases sociales que en las
elecciones cuentan mucho. En otras sociedades —la francesa, la británica, la
alemana, la chilena, la argentina— una denuncia en la prensa puede conmover a
la mayor parte de los ciudadanos. Una crítica puede repercutir en el cálculo de
los votos potenciales. En México no. Ni siquiera el escándalo de las tarjetas
de prepago (que son la gran novedad financiera como instrumento para el lavado
de dinero) pareció incidir en la indignación civil presumible.
Puede uno denunciar en YouTube los más graves casos de
corrupción, con testimonios y pruebas, y todo el mundo lo ve pero el Ministerio
Público no actúa. La impunidad es la ausencia del Estado. Pasaba así en los
años 40, 50, 60, 70: se podía publicar en la primera página de los periódicos y
a ocho columnas un caso de homicidio político o una malversación de los
caudales públicos y en el país (en el que ya empezaba a desvanecerse el Estado)
no pasaba nada. La renuncia no rebotaba, Un poco por lo mismo que sucede ahora:
porque la sociedad civil es muy escasa. Es participativa, lúcida y valiente,
pero en la gran pantalla no cuenta mucho. Son más los espectadores de Paty
Chapoy o de otro programa de los chismes de las estrellas que los ciudadanos
que se meten en el río del tuíter.
Ningún medio, por otra parte, se ha detenido a investigar
qué son exactamente las tarjetas de prepago, cuando en muchos periódicos del
mundo y alguna publicación mexicana (la revista Expansión) denuncian que las tarjetas de prepago o monederos
electrónicos (como las llaman en el PRI) las inventaron los banqueros para
lavar dinero.
En última instancia todo viene de la desigualdad porque el
bajo índice de escolaridad es su consecuencia. Y la poca educación significa
menos conciencia política.
Somos un país de pobres. En las ciudades y en los estratos
de clase media para arriba suele olvidársenos que somos un país de los más
injustos del mundo; que más del 50 por ciento de la población vive en la
miseria, que los jóvenes en su mayoría (puesto que la educación superior sigue
siendo un privilegio de las clases medias) tienen que irse a buscar trabajo en
Estados Unidos y que con ellos también se va el semen.
Siendo, pues, ésa la composición social y económica del país
se entiende que la barrera a la propaganda de Televisa y sus periódicos afines
no haya afectado a la gran masa inocente y desinformada que se deja conducir.
Hay ciudades ágrafas en las que no hay puestos de periódicos
en las esquinas, en las que es más fácil conseguir cocaína que un diario o una
revista o un libro. En las casas no hay libreros ni libros ni nada impreso.
Mucha gente no lee ni el menú. Y ésa amplia parte de la población se entera del
mundo en un 80 por ciento a través de la televisión.
La cena estaba servida, pues, desde el año 2005 cuando
Televisa y el PRI de Peña Nieto se propusieron llegar a la Presidencia. López
Dóriga ya habla en un tono presidencial, como si transmitiera su noticiero
desde Los Pinos.
Un país auténticamente democrático es aquel en el que se
recaba bien la voluntad popular y se hace gobierno, sin abusos de poder, sin
agandalles, sin compra de votos, sin sobornos a través de tarjetas lavadólares.
Pasado el simulacro de las elecciones a la mexicana —con un IFE indeciso, sin
autoridad e indolente, inclinado hacia los intereses del PRI—, se ha visto cómo
ha triunfado el Complejo Propagandístico Empresarial y el poderosísimo aparato
de movilización priísta y magisterial (las gavillas de Elba Esther tratando de
manipular las casillas), apuntalado con una capacidad financiera infinita tan
incontabilizable como oscura y sospechosa. El hampa se instala en el poder y
empieza el saqueo.
A pesar de todo, queda en la memoria la gran experiencia de
alegría política que se vivió en el Zócalo el miércoles 27 de junio, un grito
de mexicanos mayoritariamente pobres, olvidados y despreciados, una ovación que
todavía puede ser una esperanza.
Y otra vez, como en el mito de Sísifo, hay que volver a
empujar la roca hasta la cumbre.
* * *
México DF, colonia Condesa, jueves 28 de junio de 2012 a las
8 de la noche.
“Campbellobo