martes, 21 de agosto de 2012

La criminalidad del poder


El jurista italiano Luigi Ferrajoli ha tenido la misma percepción de muchos otros habitantes del planeta Tierra: que nunca como ahora —principios del siglo XXI— entramos en una fase de la historia que bien podríamos reconocer como la era de la criminalidad, tal y como ancestralmente hubo una edad de piedra o una de bronce. La nuestra más que de la información hace honor a su tiempo y asume que el poder criminal se ha instalado ya en la política electoral, en los consorcios mediáticos (tipo Televisa), en las instituciones financieras y en la conformación misma del Estado.
  Uno de los efectos más perversos de la globalización, dice Ferrajoli, es el desarrollo de esta criminalidad internacional. Dice “criminalidad global” como cuando hablamos de globalización de la economía.
  Nacido en Florencia en 1941, Luigi Ferrajoli trabajó como juez entre 1967 y 1975, y es profesor de filosofía del derecho en la Universitâ degli Studi de Roma.
  La criminalidad que le preocupa es la que se ha beneficiado de los adelantos tecnológicos. Un sistema de comunicación militar, el internet que antes era un arma secreta de varios ejércitos (como el de Estados Unidos), está en todos los hogares y sirve también a las organizaciones criminales.
  Ferrajoli distingue tres formas de criminalidad del poder:
  1. La del crimen organizado (de delincuencia común, no de motivación política) como la mafia, la ‘Ndrangheta, la Camorra, y los grandes consorcios delincuenciales de Rusia y Japón. Y también la del terrorismo transnacional. La novedad es que esa criminalidad, que siempre ha existido, ha alcanzado un desarrollo transnacional y tiene ahora un peso financiero sin precedentes.
  2. La de los grandes poderes económicos: empresas trasnacionales, consorcios de televisión, corporaciones industriales, casas de servicios financieros, paraísos fiscales, transporte de mercancías por barco y avión, petróleo, “bancos globales del mundo” (HSBC, verbigratia) y casas de cambio, implicados en el lavado de dinero procedente de la economía criminal. O empresas como Soriana y Monex que en México disfrutan de impunidad y seguirán teniendo impunidad (como Moreira y Yarrington, y otros hampones) en el próximo sexenio.
  3. La criminalidad de los poderes públicos, el crimen de Estado, la tortura por parte de las fuerzas armadas policiacas y militares, la malversación de caudales públicos y la ”subversión desde arriba”. El hampa en el poder. 
  En otras palabras, esa criminalidad se explica porque la globalización es un vacío de derecho público —una ausencia de Estado, lo cual es lógico: no hay estados internacionales—, y específicamente de derecho penal internacional. Cada vez es más difícil distinguir  el confín entre esta criminalidad de los poderes económicos y los poderes abiertamente criminales de tipo mafioso.
  “No se trata de fenómenos criminales netamente distintos y separados, sino de mundos entrelazados, por las colusiones entre poderes criminales, poderes económicos y poderes institucionales, hechas de complicidades y de recíprocas instrumentalizaciones.”
  A esto se suma el declive de los Estados nacionales tal y como venían siendo en la historia y como lo ha razonado Zygmunt Bauman. El contexto mundial es otro. No se ha conseguido una jurisdicción universal del derecho penal, como propone el juez Baltazar Garzón, porque las nuevas formas de criminalidad transnacional son el efecto de una situación general de anomia, en un mundo confiado a la ley del más fuerte y en el que muchas empresas, por un lado, e individuos en lo particular por otro, son más ricos y poderosos que no pocos países.
  Hace treinta no existía esa composición de poder en el mundo. Es otra de las novedades de nuestro tiempo.
  

  


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